Entre los síntomas y signos de alarma frecuentes, detectables a partir de los 18 meses, se destaca la ausencia de contacto visual, el rechazo al contacto corporal, la ausencia de señalamiento de objetos, la falta de reacción al ser llamado por su nombre, la ausencia de juego imaginativo o simbólico, entre otras.
“Las técnicas de neuroimágenes o análisis de laboratorio, no aportan información concluyente para la realización de un diagnóstico de TEA”. Por eso, la manifestación de alguno de estos comportamientos constituye un motivo suficiente para realizar una interconsulta al área de neurología o psiquiatría infantil y para iniciar una evaluación integral multidisciplinaria.
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